*En la década de los noventas se fundó la segunda taberna poblana, donde se añora el pasado entre lámparas de vidrio Coca-Cola y letreros de refrescos antiguos; aquí el reto es tomarse cien “pasitas”, la tradicional bebida de uva seca
Guadalupe Bravo
Puebla, Pue.- Paseando por la capital poblana, te puedes encontrar un reto de resistencia y valentía para el que no se necesitan grandes músculos ni mucho ingenio, pero sí una garganta que soporte los estragos del alcohol que provocan los “caballitos” de “La Pasita”.
Desde 1916, como está orgullosamente escrito en diversos letreros al interior de la cantina, solo una persona ha logrado tomar cien “pasitas” en dos horas, un licor de uva seca.
El intrépido fue un poblano conocido como “El Peterete”, quien en 1948 batió el récord y recibió un premio económico. Después de él, varios intentaron superar el reto sin conseguirlo.
Fue hasta que en 1984, un hombre de origen español, conocido como “El Gran Juan”, aguantó estoicamente los sorbos de 93 “pasitas”. El hombre de 27 años no llegó a la “pasita” 94, cayó desmayado solo para recibir la atención médica del personal de la Cruz Roja.
El suceso llegó hasta los diarios de la época, un ejemplar sobrevive en el estante de “La Pasita”, junto a las reglas del reto: traer copiloto (para el regreso), dejar el importe de las veladoras (en caso de que el cuerpo no aguante) y la autorización de la esposa firmada ante notario, entre otras reglas.
La mítica cantina, ubicada en la calle 3 Sur 504-B del Centro Histórico de la ciudad de Puebla, es la segunda de la familia Contreras Aicarda: Don Emilio, un ex militar mexicano, fundó la primera en la plazuela de “Los Sapos”.
Una tienda de abarrotes, que luego se convirtió en el refugio de turistas, despechados y curiosos que querían probar en un caballito el sabor dulce y flameado de una “pasita”.
Aunque el sitio recibe con mucho fervor a los participantes osados, tiene las puertas abiertas para aquellos que quieran llevársela tranquila y degustar no solo los sabores de las “pasitas”, sino de los tacos de cochinita pibil, burrito de chilorio y tlayoyos de Cuetzalan.
A diferencia del primer establecimiento, la cantina fundada por el nieto de Emilio Contreras Aicarda en la década de los noventas, cuenta con mesas de metal forjado con diseños en las patas que se asemejan a las máquinas de coser de las abuelas.
Las paredes envuelven en una sensación que provoca añorar el pasado, entre lámparas de vidrio Coca-Cola, letreros de los refrescos sin gas Chaparritas que “no tienen comparación” y diversas colecciones, por ejemplo billetes de varias denominaciones y años, así como juguetes “cabezas de globo” de los presidentes mexicanos.
El aprendizaje no se limita solo a los estantes, para “catar una pasita como se debe” el mesero brinda una breve explicación de cómo se debe degustar correctamente: se debe morder un pedazo de queso y mantenerlo en la boca, luego tomarse un sorbo de “pasita” y al final inhalar para que se combinen los sabores y la experiencia sea única.
Al ingerir el alcohol sentirás un sabor dulce, seguido de una sensación caliente que recorre la garganta hasta todas las extremidades del cuerpo haciendo que se relaje y que se disfrute la estancia.
Probablemente si es tu primera vez en “La Pasita” de entrada te servirán la clásica, pero por un precio de 40 pesos puedes elegir entre “La monjita”, “La sangre de artista”, el “Calambre”, el “Purgatorio” y hasta el “Mariachi”, entre otros.
Muchas generaciones han pasado desde 1916, la universidad que se encontraba a solo unos pasos de “La Pasita” ahora es un restaurante-bar, el terreno de enfrente es un estacionamiento y lejos quedaron las calles de tierra donde circulaban los caballos, pero la cantina sigue firme y recibe a poblanos, turistas nacionales e internacionales ansiosos de unirse al reto o bien, degustar las famosas “pasitas” que han mareado a más de uno.